Una bandera blanca. Ese era el objeto —todo un símbolo a merced del viento— con el que el pueblo de Otero de Curueño solicitaba sus servicios. Y él, siempre dispuesto con su maletín y su eterna sonrisa, llegaba y... vencía. Era el héroe de las tardes, el que presagiaba la vida en el oscuro vientre de las vacas y el que acercaba un futuro más halagüeño hasta los establos más humildes. Había tanta fe en sus manos que los ganaderos, además del profesional que acudía a su cita, veían en él al amigo que les traía excelentes presagios que siempre se cumplían. Por eso, bastaban unos segundos y su “soplo divino”, a través de una larga cánula de cristal, para que don Goyo volviera a resucitar las esperanzas de conseguir, con la llegada del nuevo ternero, el dinero suficiente con que remendar tanto saco roto. ¡Qué vida y qué tiempos aquellos!
Gregorio Boixo González nació en Vegas del Condado el 8 de abril de 1922. Y, a juzgar por su excelente memoria, casi se podría decir que todavía se acuerda de su primer llanto. “Mis primeros estudios los realicé en la Escuela de Vegas del Condado, aunque después, en el año 1934, me enviaron a “los Capuchinos” de El Pardo (Madrid), donde estuve hasta diciembre de 1936”.
1936, AQUEL AÑO MALDITO
A Gregorio Boixo González, como a tantos otros habitantes de aquella España dividida por los colores de una guerra absurda, pronunciar el año 1936 le causa, todavía, escalofríos. “El veinte de julio de 1936 —me dice—, justo cuando estábamos comiendo en el refectorio, comenzamos a oír de lejos unos disparos que, en breve espacio de tiempo, llegaron a atravesar nuestras ventanas”. Aquí, Gregorio, hace un esfuerzo para que su voz no se quiebre y, al mismo tiempo, dentro de un gesto involuntario, sin duda, baja su timbre sonoro hasta extremos tan inaudibles que me causa dolor por no poder captar con ‘exceso de alegría’ sus emociones. Y de repente: “Cagüen diez..., yo me acordaba... qué va a decir mi madre, que nos van a matar siendo tan jóvenes...” Y es que allí, lo que Gregorio y sus compañeros tenían frente a ellos eran 100, 200 ó más milicianos apuntándoles con mosquetones, con ametralladoras... Gregorio se detiene un instante para respirar profundamente antes de añadir: “tenia, ya ves, tan sólo catorce años...” Con catorce años la vida volvió a sonreírle porque el jefe de los milicianos prohibió tirar un solo tiro más. “Joder... (se le escapa a Gregorio ese taco, y me mira como pidiéndome disculpas por su temeridad al pronunciarlo). Nos salvamos. ¡Nos salvamos de milagro!” Y vuelve a respirar pausadamente, zambulléndose en esos recuerdos que yo, discretamente, procuro no interrumpir.
“NIÑO DE LA GUERRA”
Cuando Gregorio vuelve a reaccionar parece otro y le brillan los ojos, no sé si de alegría por estar vivo o por llorar sus penas durante el instante que duró su silencio voluntario. “De aquel colegio —añade— nos agregaron al Colegio de Huérfanos Civiles del Estado, también en El Pardo”. Pero su seguridad, allí, era tan escasa como la luz que emite una simple cerilla en tiempos de fuertes vendavales. Y es que, por encima de sus cabezas, sobrevolaban constantemente los Junkers y los Fiat. Y los bombardeos se oían tan cercanos que, a veces, dudaban si era el propio corazón el que emitía aquellos sonidos desbocados. De Madrid le llevaron a Valencia del Cid y, en febrero de 1937, terminó siendo un ‘niño de la guerra’, en Francia.
NOVIEMBRE DE 1937
En Francia, una familia obrera le abrió las puertas a Gregorio y, de inmediato, le invitó a que se pusiera en contacto con los suyos, en Vegas del Condado. “¿Comprendes?” Comprendía, cómo no, que su voz de “estoy vivo, mamá, no os preocupéis por mi” llegó a través de las cálidas palabras de una carta. Una carta blanca, llena de esperanza. Lo sé. No es tan difícil volver a desconectar el teléfono y el cable de Internet y la televisión y la radio y el fax para despertar en el medio de la nada durante aquellos años en que chapotear en la miseria era tan fácil como salpicar de hambre las propias paredes de barro y paja. Permítaseme ahora que sea yo quien suelte un “¡joder!” (como desahogo). Cómo no lo voy a comprender, si lo sufrió mi propia familia, sólo que, en éste, mi cuento real, el joven —qué curioso, también se llamaba Gregorio— jamás volvió a decir “estoy vivo”, porque sencillamente no regresó nunca. Gregorio Boixo si lo hizo en noviembre de 1937. Y su llegada, después de tres años ausente de Vegas del Condado, no fue de lo mejor. Según me cuenta, se le cayó el alma viendo aquel pueblo oscuro, pequeño, con unas casas minúsculas naufragando por encima del barro. Llovía, me dice. Y sufría ante el desengaño: “Me había idealizado un pueblo precioso, donde...” Pero, al final, hubo fiesta. Una fiesta “enoorrmme” en honor a su vuelta. Y le gustó, cómo no, rodearse una vez más de los suyos.
POR FIN VETERINARIO
Huérfano de padre, su madre envió a Gregorio a estudiar Bachiller a León, siendo también en esta ciudad donde hizo la carrera de Veterinaria. Cuando Gregorio colgó en la pared el título de Licenciado en Veterinaria, el año 1950, era el rey. Y entonces, como hoy, en eso nada ha cambiado, terminar una carrera era ponerse en la cola del paro. Sin embargo, Gregorio no paró hasta buscarse la vida, que, junto a su mujer, encontró en las aulas de la academia que ambos montaron. Latín, francés, castellano y griego eran las asignaturas que ofrecía a los jóvenes estudiantes de Bachiller y a los opositores que lo necesitaban. Su oportunidad para ejercer como veterinario le llegó tras realizar un curso sobre inseminación artificial. Su primer destino le devolvió a su tierra, dentro de la demarcación veterinaria de Vegas del Condado que, entonces, incluía el Ayuntamiento de Vegas del Condado y el de Santa Colomba. Eran tiempos difíciles. Las infecciones en los toros y en las vacas, por contagio vaginal, eran continuas. Y la brucelosis, la tricomoniasis y la tuberculosis hacían estragos en los establos. Ahora bien, en aquel aparente “caos”, Gregorio se encontraba como pez en el agua. Primero trataba a los animales infectados y después aplicaba la inseminación artificial, con excelentes resultados. Poco a poco los ganaderos, acostumbrados a acudir a la vía natural para preñar a sus vacas, fueron dejándose aconsejar y pusieron sus animales a disposición de la ciencia. La primera inseminación artificial que realizó Gregorio fue en el pueblo de Moral del Condado, exactamente el 1 de febrero de 1955. ¿Con éxito? —le pregunto. “Con éxito —me responde—, aunque era una vaca, permíteme la expresión, realmente pocha, a la que antes tuve que tratar con mucha paciencia”. En el año 1956, además del partido veterinario de Vegas del Condado, Gregorio comenzó a ocuparse del de La Vecilla. Y, en el año 1964, se hizo cargo, además, de la plaza vacante que ofrecía la Hermandad de Labradores y Ganaderos en Boñar. Esta Hermandad disponía de unos sementales, por lo que la misión del veterinario, entre otras, era la de recoger el semen de los toros seleccionados, examinarlo y refrigerarlo.
OTERO DE CURUEÑO, 1964/1988
Al tener que acudir diariamente a Boñar, Gregorio se vio obligado a cambiar de ruta (anteriormente, desde La Vecilla, regresaba a León por el Torío). De esta forma comenzó a pasar por Otero de Curueño, donde se pactó el modo de detenerse: lo haría siempre que en el poste de la luz, al lado de la carretera y en las inmediaciones de la casa del “Carrero”, ondeara una sencilla bandera blanca. El primer ganadero de Otero de Curueño que confió en sus servicios fue Ricardo Fernández, quien, el 17 de julio de 1964, puso en sus manos la vaca conocida por el nombre de Sevillana. Le siguió Hipólito Álvarez, dejando que, el 18 de diciembre de 1964, su vaca Galana fuera intervenida por ‘Ia luz de la vida, bajo los milagrosos tiempos modernos’. El último servicio prestado en el pueblo de Otero de Curueño lo realizó Gregorio el 19 de agosto de 1988 en la vaca conocida por Paloma, cuyo titular era Benedicto Fernández, representando éste a la propiedad del Caserío.
GANADEROS DE RANEDO DE CURUEÑO QUE, EN
ALGUNA OCASIÓN, SOLICITARON LA INTERVENCIÓN DE DON GOYO: Manuel ALVAREZ Elías DIEZ Eloy DIEZ Otilia GARCIA Germán MORAN (enumerados por orden alfabético) |
GANADEROS DE OTERO DE CURUEÑO: Basilio ALVAREZ Hipólito ALVAREZ Juan ALVAREZ Modesto ALVAREZ Wenceslao ALVAREZ Marili CASTAÑÓN. Benedicto FERNANDEZ Ricardo FERNANDEZ Saturnino GARCIA Ramona ROBLES Ricardo ROBLES Herminio RODRIGUEZ Sergio ROLDAN Antonio SIERRA Isaías SIERRA Luciano SIERRA (enumerados por orden a1fabético) |
LA RUTA DIARIA DE GREGORIO
Que nadie piense que la vida de Gregorio fue fácil. Con su peregrinar diario,
de lunes a sábado, bien hubiera conseguido, de existir, el título de ‘rey de la
carretera’, con miles de kilómetros recorridos a sus espaldas. Y para que se
comprenda de qué estoy hablando, me asegura que, durante su vida profesional,
gastó más coches que corbatas. “Cambiaba de coche cada año y medio, así que tú
me dirás...” ¿Pinchazos? - le pregunto. “Por cientos, porque al principio sólo
estaba asfaltado el pueblo de Boñar; el resto de los pueblos tenían, por qué no
decirlo, caminos intransitables”. Eso si, jamás tuvo un solo accidente, a pesar
de que su ruta diaria puede parecer interminable: León, Los Ajos, Santibáñez de
Porma, Santa Olaja, Secos de Porma, Villafruela de Porma, Moral del Condado, San
Cipriano del Condado, Villanueva del Condado, Vegas del Condado, Barrio de
Nuestra Señora, Barrillos, Gallegos, Santa Colomba, La Mata de Curueño,
Pardesivil, Sopeña, La Cándana, La Vecilla, Campohermoso, Aviados (regreso a La
Vecilla), Otero de Curueño, Ranedo, La Mata de la Riba, La Vega de Boñar, Boñar,
Cerecedo, Oville, Valdecastillo (regreso a Boñar), Voznuevo, Grandoso, Colle,
Llama de Colle, Veneros (regreso a Boñar), Palazuelo de Boñar, San Adrián, Las
Bodas, Palazuelo, Llamera, Vegaquemada, Láiz, Santa Colomba de las Arrimadas,
Barrillos de las Arrimadas, Acisa de las Arrimadas, La Ercina (regreso a
Vegaquemada), Candanedo de Boñar, Lugán, Cerezales del Condado, Ambasaguas de
Curueño, Barrio de Nuestra Señora, Castro del Condado, Santa Maria del Monte del
Condado y León.
Su horario de trabajo se podría catalogar como estresante, pero é no lo ve así
“porque hacia aquello que me gustaba”. Por eso, trabajar de nueve de la mañana
hasta las diez, las once o las doce de la noche, era para él su vida. Una vida
intensa en la que más de 200.000 vacas tuvieron en él su mejor aliado.
Una curiosidad: ¿Tenia tiempo Gregorio para comer? “Casi siempre —me explica—
comí en casa de Magdalena, en La Vecilla, aunque en raras ocasiones lo hacia en
otro lugar, como en La Dama de Arintero, en Otero de Curueño. Magdalena —lo dice
mirándome fijamente— era encantadora. Y yo me encontraba muy a gusto en aquel
ambiente familiar, tan agradable”.
Su peregrinar por los pueblos era a golpe de contraseñas. Si, como quedó dicho,
los ganaderos de Otero de Curueño recurrían a una bandera blanca, en otros
lugares lo hacían a través de una pizarra, en la que escribían el nombre del
ganadero y del pueblo al que tenía que acudir Gregorio. Había interesados que le
dejaban su aviso en el bar. El bar “Viejo”, de Boñar, fue un claro ejemplo,
porque en él se detenía diariamente a tomar café. ¡Buf! Qué tiempos aquellos en
los que el teléfono sólo existía en las películas que disponían de grandes
presupuestos.
A Gregorio le llegó el retiro en el pueblo de Lugán, donde hizo su último servicio el día 1 de octubre de 1989, justo a las ocho de la tarde. Un retiro merecido después de permanecer treinta y cuatro años al pie del cañón. Luchando por vivir. Luchando por la vida. Codo a codo. Tuteándola. Alargando el brazo para llevar a sus tres hijos hasta la cima de las carreras de Informática, de Veterinaria y de Psicología. Al conseguirlo, sólo le queda disfrutar de la paz que otorga el deber cumplido. ¿Algo más? Por supuesto, porque los grandes luchadores, como él, mueren trabajando, con las botas puestas. Hoy, para Gregorio, aunque resida en León, su vida sigue estando en Vegas del Condado, porque es allí donde abre al mundo una excelente ventana cultural, vía Internet. La recopilación de datos históricos, las semblanzas o las referencias que realiza sobre diversos temas, todos ellos interesantísimos, están al alcance de cualquiera. Su pagina en la web, www.vegasdelcondado.com, es, en definitiva, la guinda que pone el color al espejo de una vida bien aprovechada.
GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN |
Agradecimiento público: Quiero agradecer a Gregorio Boixo González su colaboración por recopilar (y regalarme) las fichas de los ganaderos de Otero de Curueño y Ranedo. Qué duda cabe que los datos que en ellas se ofrecen tienen para mí un especial interés. Asimismo, quiero decir que fue un honor recibir de é1 su última ficha de trabajo. Todo ello, lo prometo, lo conservaré en mi archivo, como ejemplo de lo que fue y ya, desgraciadamente, sólo son los recuerdos de una bonita historia, pero que, sin duda, pueden interesar a las generaciones venideras. |
Artículo aparecido originalmente en la revista
CamparredOnda
Otero de Curueño
Verano/2005 Nº 6