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EL RELOJ DE LA TORRE

El Reloj de la Torre no sólo marca las horas: marca también la vida. Oyendo marcar las horas, aprendimos a contar; viendo pasar las horas, aprendimos a vivir.
¿Quién no recuerda, ya en su infancia, las campanadas del reloj, marcando la pauta del ritmo de la vida?.
El reloj es la medida del tiempo, y el tiempo es la medida de la vida.
El Reloj de la Torre es bondadoso, siempre te da una segunda oportunidad, al dar dos veces la hora. Quizá sea aún más bondadoso que la propia vida en dar una segunda oportunidad.
Un reloj como el Reloj de la Torre no es cualquier reloj. Nuestros mayores lo supieron entender, y dedicaron su trabajo de todo un año, entre los humos donde preparaban el carbón de encina, con la ilusión de un reloj, de su Reloj. ¡Las 1712,60 Pesetas de entonces eran toda una fortuna!. Y así, el 14 de Agosto de 1899, vieron recompensado su esfuerzo. ¡Ya podían escuchar el paso del tiempo! ¡Ya había un latido que daba nueva vida a las generaciones!.
Un reloj como el Reloj de la Torre no podía ser cualquier reloj. Para ello indagaron, pues en ello les iba el trabajo de todo un año y la ilusión de muchos más. Y acertaron. El maragato Antonio Canseco, ya afamado relojero en la Corte de Madrid, fue la acertada elección. No pudo ser mejor. Ya hace más de un siglo que la máquina de Canseco sigue latiendo, y sigue latiendo con el vigor del primer día, y la campana sigue sonando, suena marcando las horas, marcando nuestras horas, marcándolas dos veces, como para remarcarnos su latido, y cada media hora, con un solo golpe de campana, nos marca el intermedio entre la hora que pasó y la hora que está por llegar.
Nuestro reloj, el Reloj de la Torre, es también modesto. No luce enhiesto y orgulloso en lo más alto, como espadaña mística coronando la Torre guerrera, sino que se ha conformado con un ventanal, compartiendo piso y palomas con sus hermanas las campanas de la Iglesia. Habrá quien piense que no es más una modestia forzada, pues no hubo suficiente carbón de encina para poner reloj y campana en el tejado de la Torre, y que hubo que instalar provisionalmente el Reloj en un boquerón, provisionalmente hasta que, en otro año y con otras encinas, se pudieran pagar los necesarios arreglos del tejado y colocar el reloj en su lugar de preeminencia. Que hasta hoy no se haya hecho quizá solo sea porque algo queremos dejar pendiente a los que nos han de suceder.
Nuestro Reloj de la Torre es tan nuestro que ni siquiera nos pertenece. Lo dejaron los abuelos de nuestros abuelos para que lo disfrutaran los nietos de nuestros nietos. Lo dejaron nuestros mayores para que lo escucharan nuestros descendientes. No nos pertenece. Le pertenece a nuestros hijos, a nuestros nietos, a los ya nacidos y a los por nacer. Nosotros solo somos sus usufructuarios. Vemos sus horas, oímos sus campanadas, marcamos nuestro ritmo a su compás. Pero no nos pertenece. Disfrutamos de la existencia de él y con él. Y a cambio, poco se nos pide. Darle cuerda cada dos días y atenderle de vez en cuando.
Nuestro reloj, el Reloj de la Torre, está en peligro. Él ha sido generoso con nosotros desde hace más de cien años. Nos ha marcado los recuerdos, nos ha dado su tiempo y su sonido, nos ha permitido distinguir entre el antes y el después. Pero sólo Don Augusto, a sus 85 años, le cuida de verdad. Sólo Don Augusto da vida a quien nos marca la vida. Melchor y otros de nosotros sólo ayudamos. Ayudar a vivir al Reloj es algo que nos piden nuestros mayores y que debemos a nuestros descendientes. Cuidar a nuestro Reloj, complementarle con lo que la tecnología de hoy nos ofrece, es algo que debemos a nuestros a quienes nos precedieron, y algo que nos exigirán los que nos sucedan.
El pueblo leonés ha sufrido muchos expolios. Pero los expoliadores están entre nosotros. Quien prefiera un reloj japonés a algo de su tierra, flaco favor le hace a su tierra. Quien quiera un alma japonesa, sin distinguir Aikido de Mikado ni Ikebana de Harakiri, quizá sea porque su alma ni sea japonesa, ni sea de León. Quizá sea, como escribió Antonio Machado, que "no disfruta lo que tiene por ansia de lo que espera".
Los leoneses sólo esperamos lo nuestro. Aquellos que nos lo quieran malbaratar, será que algún provecho esperan. Pero los cazurros sabemos defender lo nuestro.

Texto y fotos Ignacio Boixo © 2003

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